viernes, 3 de abril de 2009

Primera carta de navegación

es la madrugada del tercer día del cuarto mes en el año dos mil y cero nueve
sobre el viento cabalga diminuto el océano: hace calor y sopla


“Vamos a hacer una cruzada por lo que hay de superior en el hombre,
vamos a conquistar, a fuerza de brazo si hace falta, el respeto por las alas”
Alfonso Reyes

A todos, a cada uno:

La mano que sobre esta página anda se pierde en los rincones y en las sombras de las cosas que mira. Ante la espesa marca de la lengua amarilla del sol, la mano dibuja trazos que hacen figuras y formas, en esas formas se descubre la palabra feroz de la tormenta. Miren cómo se ciernen sobre su lomo los gatos y las panteras, en estas letras que miran o escuchan, algunas marcas como flechas apuntan las espaldas que pronuncia esta respiración. Esta vez he comenzado a escribir una carta en la que todos, cada uno de ustedes me acompaña de un lado a otro de la página. Yo agradezco esa compañía como se agradece el vaso que se acerca a la sed debajo de la huella del desierto. El viaje que comienza con la letra que arde inunda las ventanas de ciudades enteras. La mía, mi pequeña ciudad de casas diminutas ha mirado pasar por sus calles los pasos de viajeros que han venido de lejos, mensajeros, compañeros del mar. El jardín que se abre en el centro de la pequeña ciudad los ha visto charlar con aves y relámpagos. Levantar bastones de palabras enteras. Beber malecones y olas. Los ha oído bordar relojes en algún lugar del mundo. Jugar con mariposas. Añorar flamencos y tablaos. Alzarse de entre los dedos de la muerte. Los ha oído reír. Cruzar océanos. Abrir los ojos cara al sol. Sostener en sus manos plumas gigantes mientras el fuego consume lo que una memoria triste escribió. Los ha visto en la música, esa misteriosa forma del tiempo. Ha escrito tanto tiempo tantas veces tantas letras de nombres indescifrables que poco a poco comienzan a tomar forma. Invención y milagro, cultivadores del vértigo. Escribo esta carta desde la cubierta vacía del barco que habitamos esta tarde. Su dirección apunta a este vuelo en conjunto. Su ceremonia próxima a nuestra voz de vapor. Se levantarán a nosotros grandes olas tremendas, las grandes potestades de los mares, habrán de rebatir nuestra marcha, turbas, deidades marinas, incendios líquidos levantarán su osadía, todos agua con sal. El barco que zarpa, no es un barco común. Sus tripulantes hablan, sus palabras se levantan de la tierra y cuando mueren, son semillas que caen, centros amados donde el paraíso escribe su canción cada mañana. Y estas cosas las sé porque las veo. He ahí mi única gloria. Mi gran gloria gigante. Escribo esta carta porque no puedo no dejar constancia de esto. Porque no hay nada más grande para un hombre que ha viajado sobre hombros de gigantes y que toma café con ángeles y capitanes, que poder dejar constancia de lo que le es dado ver y abrazar. El hombre que esta carta escribe es un hombre afortunado al que le toca en esta ocasión acompañar el viaje tripulante. Es la historia de uno que a esa compañía se entrega gustoso. He de cantar mientras limpio la cubierta. Para todos ustedes esta pequeña carta que los quiere abrazar. Para todos ustedes mi compromiso de mantener el barco en condiciones. Por el vértigo que cultivamos. Por la posibilidad de escuchar nuestro lenguaje. Por la libertad como un arte practicado. Por la consagración del testimonio que podamos dar del mundo. Por la marca que es nuestra letra y nuestra palabra. Por las palabras que arrojamos cual semillas. Por los árboles que de esas voces nacen. Por las infinitas batallas que hemos librado y libraremos juntos. Por las que faltan. Por las que han de venir. Por la llama que en la almena de la ciudad vecina nos llama a la batalla y al incendio. Porque esa llama encienda entre nosotros y se fije y nos dé la ruta de la constelación apropiada. Por la flor en su mano. Por la mano. Por la calma tremenda y su fertilidad. Por los jardines de todos. Por sus barcos. Por sus palabras. Por sus letras. Por lo que de humano existe entre nosotros con la forma de la maravilla y nos permite establecer este discurso lleno de invitación y fuerza. Por la cruzada. Por lo que hay de superior en el hombre. Por el respeto por las alas. Por nuestro lenguaje, amigos. Por nuestro lenguaje posible.



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